Germán Ewart: “Manuel Rojas”

Diario El Mercurio, 23 de julio de 1961

Manuel-Rojas-German-Ewart-El-MercurioEntrevistar a Manuel Rojas es como estrellarse contra una roca. Mientras conversa plana y suave, que contradice su recio físico, sus palabras pesan menos que sus silencios. Se intuye la presencia de un constante monólogo interior, de un mundo íntimo que no admite visitas.

Si en su fuero interno existe la duda, no se asoma al exterior. Sus respuestas y opiniones son claras y maduradas. No es un teórico especulativo o un intelectual de escritorio, sino un hombre que ha vivido mucho, que conoce la acción en sus más diversas formas. No reacciona en forma rápida y brillante. Piensa antes de hablar. A ratos intimida. Y siempre, siempre, deja la sensación de un hermético mundo interior. No porque no quiera mostrarlo, sino porque no puede. “Hablar no era ni es su debilidad”, como escribió González Vera, en su fina y aguda semblanza de Algunos.

Admite el propio Rojas:

– Tengo un ensueño constante de pensamiento interno. Cuando estoy con gente se produce un contrapunto entre los estímulos externos y esa fuerza interior.

Valeria

Rojas enviudó en 1936 de su primer matrimonio. Hace poco cumplió veinte años de casado con Valeria López. Ella lo describe:

– “Es espiritualmente tranquilo, pero físicamente dinámico. Lo único que no soporta es estar en un sitio el día entero: Yo soy poco sociable me cargan las reuniones. A Manuel le interesa toda la gente, toda la cosa humana. Esa inquietud es fundamental en él. Adre, organizaba tés-canasta con sus amigas. No obstante si se aburre en una reunión se para y se va, diciendo “hasta luego” un poquito a la ligera. Es lo más franco que hay. Yo lo reto mucho a veces. Tiene un socarrón sentido del humor a la chilena. Cunado lo conocí, no había leído nada de él”.

Ahora en cambio, ha leído todo. El escritor complementa el retrato conyugal:

– Me diferencio de mi mujer en que a ella le interesan determinadas cosas. Si pasa un avión, yo miro y ella no, ha visto muchos antes. Yo miro, porque a lo mejor es diferente a los demás aviones.

– Si no le muestro mis originales, ella los lee de todas maneras. Me sirve, porque me hace muchas indicaciones. Generalmente le hago caso. Cuando nos casamos Valeria se dio cuenta de que no había personajes femeninos en mis obras. Ahora escribo la primera novela en que hago hablar a las mujeres y entro en lo que sienten y piensan. Es una réplica y segunda parte de Punta de rieles, que constó de dos monólogos de hombres. La nueva novela muestra el punto de vista de tres mujeres. Primero iba a realizar el tema en forma de teatro. Después cambié de parecer. Llevo varios capítulos. Aún no tiene nombre.

Lápices

Los originales están sobre el escritorio de Rojas. También se ve ahí un pequeño cesto de mimbre que le regalaron los presos de la cárcel de San Fernando. Dentro del cesto hay una gran pipa, que ya no fuma, y una decena de lápices meticulosamente afilados. Les saca punta en una máquina que él mismo atornilló en un estante. Sus obras nacen escritas a lápiz en un cuaderno de colegial. A doble espacio, para pulir más fácilmente. El proceso es largo.

– Luego saco a máquina. A veces vuelvo a pulir a mano. Después copio nuevamente a máquina. Esa es la peor parte del trabajo. Como linotipista era estupendo: como mecanógrafo soy pésimo. Al escribir, la experiencia directa o indirecta que recreo revive con una fuerza muy grande, que yo aumento. Necesito cierto clima. A veces me desespero, porque algo no ajusta, pero nunca sufro al escribir. Escribo lo que me sale de la cabeza y lo pongo. Luego corrijo, corrijo y corrijo, hasta encontrar lo que quiero decir. El escritor que no tiene paciencia está liquidado en todas partes del mundo. Hay que sentarse y trabaja y trabajar. A veces, cuando escribo, de repente trato de sacarle el cuerpo. Entonces me voy a clavar o a arreglar algo.

A Manuel Rojas le cuesta escribir. Es autodidacta. Trabaja desde los doce años. Dice:

– Mi déficit fue horrendo. Comencé a escribir a los 16. Solo llegué a cuarta o quinta preparatoria. Había vivido entre el pueblo que habla mal, aunque con gracia. Pero desde niño tuve noción del lenguaje. Me gustaba hallar expresiones originales.

También tuvo noción del trabajo desde niño. Su vida es una pequeña enciclopedia de oficios: aprendiz de sastre, empleado uniformado de una empresa de mensajeros, aprendiz de talabartero, carpintero, pintor, ayudante de electricista, linotipista, periodista, empleado de la Biblioteca Nacional, vendedor de cartillas en el Hipódromo Chile, director de los Anales de la Universidad de Chile.

Sin la vasta experiencia de la vida de la gente y de distintos ambientes que le dieron esa trayectoria, su obra literaria seguramente no existiría. O bien sería muy distinta. Las angustias económicas fueron sus fieles compañeras de ruta:

– Toda mi vida, desde que recuerdo, tuve problemas económicos. Nunca estuve tranquilo. Cuando joven tenía que conseguirme 10 pesos, después 500, ahora más. Nunca tuve lo suficiente para vivir.

Jubiló hace seis años

– Trabajo casi lo mismo. Tengo hábitos casi idénticos; solo hago otro tipo de trabajo intelectual. Leo, escribo; hago trabajos manuales en mi banco de carpintero. Me gusta arreglar las cosas que se echan a perder en la casa.

Le agrada cuidar su jardín. Conoce todas las flores por su nombre. Un día decidió aprender a pulir vidrios para fabricar un telescopio casero. Hizo dos. Luego descubrió que le resultaba más fácil y más barato comprar binoculares alemanes. Ahora los describe como su “mejor compañero”.

– Me sirven para mirar los pájaros, que es una de las cosas que más me gustan. Hay cosas a las que uno no renuncia nunca. Trabajé como peón en la cordillera cuando joven y me quedó el hábito. Muchas veces voy a las montañas. Son una fuente de riqueza emocional muy grande.

Manuel Rojas German Ewart El Mercurio Detalle 1En nueve idiomas

El Premio Nacional de Literatura (1957) no cambió la vida del escritor. Tampoco el éxito de Hijo de Ladrón, que se publicó hace diez años. Se tradujo al sueco y al inglés, al yugoslavo y al alemán, al italiano y al portugués, etc.

Tuvo mala suerte. Solo percibió los derechos de las ediciones chilenas, argentinas y austríaca. En Estados Unidos recibió un anticipo de 250 dólares. Luego quebró la editorial. De Italia le enviaron 100 mil liras y nunca supo nada más. Un agente literario cobró los derechos correspondientes a otras ediciones extranjeras. Nunca tuvo a bien enviarle el dinero al autor. Desapareció. En Yugoslavia, sus derechos yacen en una cuenta bancaria. Sólo podrá disponer del dinero si va personalmente a buscarlo.

Mientras tanto el total de ejemplares de Hijo de Ladrón, se acerca a los cien mil. A un muchacho del Liceo de Talca, llamado Manuel Rojas, sus compañeros lo apodaron el Hijo de Ladrón. Seguramente le sucederá lo mismo a más de uno de los seis Manuel Rojas que aparecen en la guía telefónica de Santiago.

– Me dijeron que la novela tenía un contraste demasiado acentuado entre su primera parte poética y su segunda parte realista. Puede deberse a que el relato de la infancia del protagonista no fue real sino imaginado, mientras el vagabundo posterior se basó en mi propia experiencia. En todo caso hay un error: un error de novelista. Parece que el traductor hizo más patente la diferencia estilística.

65 años

Rojas tiene sesenta y cinco años: Mide 1 metro y 86 centímetros desde los catorce. Pesa 94 kilos.

– Nunca subí ni bajé de estatura. Mi gran problema es envejecer y achicarme. Lo que más pesé fue 104 kilos, cuando viví cuatro años en Argentina. Muchos tallarines y asado de costilla.

– Me gustaría vivir hasta los setenta y cinco. Mi madre enteró setenta y tres. Yo me cuidé más. Mi abuela materna llego a los ciento tres años. Me da terror que pueda repetir la hazaña.

Sigue hablando de sí mismo…

– Tengo una neurosis cardíaca. A esto se debe mi tranquilidad exterior. Siento el latido del corazón en los oídos. Desde los dieciocho años vivo con la presunción de un ataque al corazón. Tengo el constante temor de una crisis, que por suerte aún no se produce.

– No conozco los estados depresivos, angustiosos. Existen seres quienes ni siquiera pueden levantarse. A mí no me pasa. Yo siempre tengo algo que hacer. Para mí los días son cortos. Se van con una rapidez tremenda.

– Yo rabioso. Las cosas me molestan. La gente que no entiende… que no entiende las cosas sencillas. Que no se debe, por ejemplo, ser grosero. Pisotear al prójimo en el bus, no dejar paso para subir o bajar. Reacciono con palabras. Soy de palabras, nada más. Una vez empujé a un señor en el bus. Casi se vino abajo. Eso me dio temor.

– Una de las cosas que lamento en mi vida es no haber podido estudiar matemáticas, astronomía, botánica. Todo lo que requiere tiempo y dedicación, elementos de que no dispuse nunca.

– Soy hombre de pocos amigos. Tuve pocos en mi vida. Me duraron mucho.

– Solo poseo una condecoración. Una medalla que recibí cunado fui designado ciudadano ilustre de Valparaíso. Nunca tuve oportunidad de usarla.

En su juventud, Rojas fue un anarquista declarado. Su punto de vista sobre la sociedad no ha cambiado en lo fundamental.

– La sociedad es una organización inhumana, organizada a beneficio de algunos, aprovechada por los menos.

¿Vive en paz en el mundo?

– No. Siempre estoy muy molesto con el mundo y conmigo mismo. Nunca fui feliz en el sentido romántico de la palabra. La felicidad es el bienestar. Puede ser económico, físico, moral. Ahora estoy más tranquilo. Hay una menor cantidad de peligros y molestias. Las cuentas están pagadas, los niños están bien y el trabajo marcha.

Manuel Rojas German Ewart El Mercurio Detalle 2Hijos y literatura

Los niños de Rojas son tres. Ya no son niños. La mayor, María Eugenia, trabaja en el Instituto de Geografía del Pedagógico. Ha escrito poesías y cuentos. María Paz, la menor, es neuróloga. Su hijo, Patricio, es práctico mecánico. Vive en Vallenar. Escribe una novela.

– La leí, le di consejos y la copié a máquina para entusiasmarlo. Tiene tendencia al humorismo, pero el problema de su novela es más bien dramático.

– Nunca tuve problemas con mis niños. Únicamente que dos de ellos fueron malos estudiantes, pero nunca pude tratarlos con mucha seriedad por eso. Nunca creí mucho en las buenas notas.

Rojas lee mucho. Se mantiene al tanto en literatura chilena y extranjera. Reflexiona.

– Cuando comencé a escribir, cada año aparecían 20 libros de cuentos y cinco novelas. Hace cinco años la proporción fue casi inversa. Después bajó la novela. Pasa una cosa curiosa: hay escritores que publican una novela que promete y luego su segunda obra es un libro de cuentos. Uno se pregunta entonces qué sucede. Este año parece ser el de las mujeres novelistas.

– Antes había uno o dos críticos, generalmente de acuerdo entre sí al enjuiciar las obras. Ahora hay como diez y opinan en forma muy diferente. Tanto los católicos como los comunistas tienen sus críticos propios. Pero siguen siendo muy impresionistas, muy personales y no técnicos.

Cada persona aficionada a la literatura forma a través de los años una verdadera mitología de autores que, en una forma u otra, incorpora a su propia formación. Rojas enumeró a sus autores:

– Todo empezó con Salgari. Siguió la época Víctor Hugo. Me gustaron Vargas Vila y Zamacóis. Después los escritores que más me impresionaron no cambiaron. Dostoiewsky, Tolstoi, Chejov, Faulkner, Melville, Lawrence, Hudson. Me gustó mucho Gide como pensador. Entre los recientes, Kazantzakis y Jones. A Lawrence Durrel lo compré. No pude leerlo. Es muy falso, muy superficial.

En septiembre, Manuel Rojas parte a Estados Unidos. Durante un año dictará diez horas semanales de clases en la Universidad de Washington Seattle, en el estado de Washington (no debe confundirse con la capital norteamericana). Queda en el norte, cerca de Alaska.

Ahí Rojas proyecta terminar su novela inconclusa. Estima que podrá escribir tranquilo y reconcentrado.

– La gente habla inglés y yo castellano. Afuera habrá frío y nieve. No tendré auto. Podré trabajar.

Rojas no tendrá auto por el simple motivo de que no sabe manejar. Es el único oficio que nunca logró aprender. Una vez intentó hacerlo y, a los diez minutos, chocó con un muro. No volvió a insistir en la tentativa.

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