Variedades de lumpen

Fundación Manuel Rojas. Santiago de Chile, Octubre 2019

«Variedades de lumpen» (Diario Clarín, 1972). Con ocasión del estallidos social por la Dignidad, iniciado en Octubre del 2019, compartimos aquí una serie de artículos de Manuel Rojas publicados en periódicos diversos. La vigencia de sus reflexiones y compromisos sociales son elocuentes….

Variedades de lumpen

El lumpen no es un producto de sí mismo, no ha elegido ser lumpen: el lumpen es un producto de la sociedad, de la organización de la sociedad. Su condición le forma o le da una conducta y una moral específicas, así como el burgués, el militar, el obispo, el dueño de industrias, el terrateniente y el rico heredero, tiene la conducta y la moral específicas propias de su condición, lo que no quita que todos, el lumpen y el burgués y los otros sean todos seres humanos, «hijos del azar y de la necesidad», como dicen ahora los genetistas; seres humanos todos, pero nacidos en distintos medios.

En el medio lumpen se lleva a cabo la más primitiva y brutal lucha por la existencia. Deben vivir y para vivir hacen lo que sea necesario. Muchos se hacen delincuentes, de la clase más baja de la delincuencia, los llamados «cogoteros»; su inteligencia y su imaginación no les da para más. Presos, adquieren malas costumbres o vicios, los más fuertes corrompen a los más débiles, en las cárceles hay una verdadera prostitución masculina y las rivalidades entre ellos provocan numerosos asesinatos. Son hijos del hambre, nacieron en el hambre, su infancia fue de hambre y el hambre no permitió que sus cerebros se desarrollaran a cabalidad: quedaron más para el lado de los animales que para el lado del «homo sapiens». ¿Eligieron esa hambre? Es necio preguntarlo o afirmarlo. Les fue impuesta. Y si además en sus cubiles tuvieron el mal ejemplo del padre o de los hermanos mayores, el cuadro es más sombrío.

Cuando era joven, no recuerdo bien en qué año, a raíz de un motín que estalló en Valparaíso y del que, casi sin darme cuenta, participé, fui detenido y metido en una comisaría, desde donde me llevaron, en la noche, a Investigaciones, que nos fichó y nos envió al amanecer a un juzgado. La mayoría de los detenidos recobró su libertad pagando una pequeña multa, pero a mí, no sé por qué, me mandaron a la Sección de Detenidos, procesado por un supuesto asalto a una joyería. Estuve allí doce días, al final de los cuales, ya que el señor juez no sabía qué hacer conmigo, no habían pruebas ni reclamante, fui echado a la calle. En el primer día de mi detención en la Sección de Detenidos, un hombre que conocí en la noche y que salió en libertad, previa la multa por embriaguez –no había estado borracho–, me envió, generosamente, una vianda de comida. En el momento en que, sentado en la tarima del calabozo y cuchara en mano, destapaba el plato primero para averiguar de qué se trataba, una mano me arrebató bruscamente la cuchara. Levanté la cabeza y miré: el que había hecho eso era un ladrón, un monrero, preso allí, un ladrón increíble, pues tenía una pata de palo. Tenía la cara roja del bebedor y se veía despeinado y revuelto. Tenía en la mano una taza y con ella en alto me amenazaba. Yo era un ser humilde, salido de las clases más bajas de la sociedad, pero no era un lumpen: había estudiado, leía libros de literatura, y aunque durante mi infancia y la adolescencia pasé hambre, en general había sido bien alimentado. Pude haber peleado con él, pero yo no era un lumpen y allí llevaba todas las de perder, sobre todo si peleaba con un hombre que carecía de una de sus extremidades inferiores. Lo dejé que comiera, que no fue mucho, una papa, un trozo de carne y unas cucharadas del caldo. Me devolvió la cuchara y se retiró. Ese era un lumpen, un lumpen que con el tiempo intenté pintar o interpretar, mejor dicho, en el personaje Cristián de «Hijo de ladrón». No le puse una pata de palo, pero lo hice hipermétrope, defecto visual también increíble en un monrero.

El lumpen carece de conciencia social. El es él y nadie más. El mundo empieza en él y termina en él. Pero no se crea que estos caracteres se dan únicamente en esa clase social, la de los lumpen. Se dan igualmente, y en ocasiones con mayor ferocidad, en seres que, a diferencia de los lumpen, han recibido de todo, han pasado su infancia y su adolescencia en casas bien provistas, se visten bien, usan de la mejor agua colonia y son altamente considerados dentro de su clase. No se parecen en esto al lumpen de que hablamos primero, se parecen en lo otro, en que no tienen conciencia social y en que entienden que el mundo empieza y termina en ellos. Por ejemplo: ¿qué conciencia social, qué moral, tenían los hombres que en el siglo pasado y en este siglo quitaron sus tierras a nuestros indios, los persiguieron y a veces los mataron? ¿Y los hacendados que en el siglo pasado compraban a los araucanos de la pampa argentina, a precio ínfimo, millares de cabezas de ganado robadas en las estancias argentinas, revendiéndolas después en Chile a un precio que sobrepasaba en cientos o en miles de veces el precio inicial? Los actuales especuladores de Arica y de Santiago, los acaparadores de todos los tiempos, los que no hace mucho organizaron verdaderas «mafias» con el objeto de sacar dólares de Chile por medio de cortos viajes al extranjero –pagaban los pasajes y se quedaban con los dólares viajeros–, toda esa gente, muchos de ellos católicos observantes, socios de los mejores clubes sociales, ¿qué moral, qué conducta, qué conciencia social tienen? La de un lumpen.

Y en un nivel inferior: ¿qué es el hombre, el joven o el adulto, que hace sacar el silenciador a su automóvil y corre por las ciudades de Chile reventando los tímpanos de los demás? Un lumpen. La lista de estos seres es muy larga, larguísima. Porque el lumpen de los conventillos no tiene nada que envidiar a éstos, así como éstos no tienen nada que envidiar a los otros. Son iguales, la misma conducta, el mismo espíritu, yo soy yo y nadie más que yo y el que venga atrás que arree, definición exacta del lumpen.

MANUEL ROJAS
Diario Clarín, agosto de 1972


Quienes son los equivocados – Las Últimas Noticias, 1940

Nuestra esperanza solo puede venir de los sin esperanza – Diario Clarín, 1970

Chile no sueña inútilmente – Las Últimas Noticias, 1941

De qué se nutre la esperanza – Revista Babel, 1948

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